jueves, 11 de marzo de 2010

Teorías sobre el origen de la vida (Generación espontánea)

Durante mucho tiempo se ha estado suponiendo que la tierra era el centro del mundo y que el sol giraba en torno a ella. Asimismo, se ha creído durante miles de años que todos los animales, desde los insectos a los mamíferos podían ser engendrados no solamente por seres de la misma especie, sino también por vegetales o incluso por materia inerte, como el barro.
Desde la antigüedad, tanto en Europa como en los confines de Asia, se ha creído que existía un fenómeno de generación espontánea de los organismos vivos. Así en la china antigua estaban convencidos de que los pulgones nacen espontáneamente de los bambúes si los brotes jóvenes de éstos se replantan en tiempo húmedo y cálido.
En el ramayana el libro sagrado de la India, se encuentra referencias al nacimiento espontáneo de moscas, coleópteros y parásitos diversos a partir de sudor y de basura. Las inscripciones babilónicas señalan que el barro de los canales pueden engendrar gusanos y otros animales. Igualmente en el Egipto antiguo, se pensaba que el limo del Nilo producía espontáneamente sapos, ranas, ratas, serpientes y cocodrilos.
Esas creencias corresponden a observaciones reales, pero mal interpretadas. ¿Por qué los hombres habrían de tener otra explicación? Esa generación espontánea aparecía, en pura lógica como una voluntad creadora divina.
En la Grecia antigua, la vida se consideraba como una propiedad intrínseca de la propia materia. Por ser eterna, tiene que aparecer espontáneamente cada vez que las condiciones sean propicias. Aristóteles (384 322 AC) realizó la gran sistensis de las ideas sobre la generación espontánea. Pensaba que animales y plantas no solamente nacían de sistemas vivos parecidos a ellos, sino también de la materia en descomposición activada por el calor del Sol. El propio hombre podría tener un origen de características similares. Procedería de gusanos generados espontáneamente. Hasta el siglo XVI abundan los relatos de observaciones de generación espontánea, así como las leyendas trasmitidas a modo de testimonios.
En el renacimiento período de cambio de los conceptos acerca del universo un italiano Francesco Redi (1626 1697) asestó el primer golpe serio a los partidarios de la teoría de la generación espontánea. Este médico naturalista Toscano describió en un tratado publicado en 1668 una serie de experimentos que demostraban que, contrariamente a lo que se creía todavía en esa época, las larvas blancas de la mosca de la carne no se generaban espontáneamente a partir de la carne en putrefacción. No obstante, hacía falta algo más para echar por tierra un dogma tan bien establecido. El propio Redi, por otra parte, admitía la posibilidad de generación espontánea en otros casos. Redí colocó en unos frascos diversos pescados y trozos de carne y los recubrió con una muselina muy fina. Lleno otros tarros con idénticos ingrediente pero los dejó sin cubrir. Al cavo de varios días comprobó que sólo el contenido de los segundos tarros estaba lleno de gusanos blancos. También observó que unas moscas ponían sus huevos sobre la muselina de los primeros frascos. De ello dedujo que los gusanos blancos de carne en descomposición eran larvas de mosca debidas a una contaminación por las moscas en un medio favorable y no una supuesta generación espontánea.
Sólo seis años después de la publicación de la obra de Redi, el holandés Antón van Leeuwenhock (1632 1723) inventó el antepasado del microscopio y realizó las primeras observaciones de microorganismos. A través de unas lentes de aumento, una especie de microscopio rudimentario fabricado por él mismo, vio cómo se abría ante él una nueva visión de la vida, totalmente insospechada hasta entonces.
En el agua de lluvia conservada al aire libre, en las infusiones más variadas o en los excrementos, observó y describió unos pequeños “animálculos” vivos de una gran diversidad. Demostró así la existencia de la mayoría de las grandes clases de microorganismo que más tarde se llamarían infusorios, levaduras y bacterias. La descripción de sus primeras observaciones contenida en una carta dirigida a la Royal Society de Londres el 9 de octubre de 1677 suscitó un enorme interés y provocó numerosos estudios similares. Se encontraron microorganismos en todas partes, tanto en infusiones de vegetales como en las sustancias orgánicas en putrefacción. ¿Cómo no suponer que esos animálculos se encontraban ahí por generación espontánea, si basta con dejar que la materia se descomponga en un lugar cálido para que aparezcan esos seres microscópicos? Sin embargo Van Leewnhock no creyó en semejante explicación y dedujo que los microorganismos habían sido trasportados por el aire ambiente.
La hipótesis del sabio holandés fue confirmada por uno de sus discípulos Louis Joblot (1645 1723) quien realizó experimentos parecidos a los de Redí pero a escala microscópica. Los publicó en 1718 pero no resultaron lo suficientemente convincentes y pronto fueron olvidados. Los naturalistas siguieron en su gran mayoría, apoyando la idea de la generación espontánea, al menos en lo que respecta al mundo microscópico.
Así el conde de Bufón (1707 1788) pensaba a mediados del siglo XVIII que en la naturaleza están presentes unos gérmenes de vida que se dispersan con la descomposición de la sustancia orgánica y que son capaces de volverse a unir para producir microbios.
El naturalista galés Jhon Needham (1713 1781) amigo de Bufón, llevó a cabo numerosos experimentos para confirmar esa idea. Colocó en frascos herméticamente cerrados diversos sustancias orgánicas infusiones, licores extractos de animales. Y a pesar de proceder a un calentamiento sin esterilizare el medio observó la presencia de numerosos microbios.
Pero el abad Lázaro Spallanzani (1729 1799) un biólogo italiano criticó vivamente esas observaciones. Él mismo realizo centenares de pruebas análogas y obtuvo resultados completamente opuestos. Así se inició una viva polémica en la que los dos sabios se acusaron recíprocamente de utilizar unas deficientes condiciones en sus experimentos.
Spallanzani aseguraba que su colega utilizaba un calentamiento demasiado débil para provocar la esterilización. Needham acusaba al sabio italiano de lo contrario, es decir, de utilizar un calentamiento demasiado intenso que destruía la “fuerza vital” contenida en la materia orgánica del medio nutritivo. Ahora bien, sería precisamente esa misteriosa “fuerza vital” la que generaría los microorganismos.
Esa controversia se prolongó durante casi un siglo con diversos protagonistas y alcanzó su punto más álgido en 1860 con la publicación por parte del biólogo Félix Pouchet (1800 1872) de una obra voluminosa sobre la teoría de la generación espontánea, en la que se basaba en una multitud de ejemplos que le parecían irrefutables. Pouchet había estudiado muchos líquidos orgánicos. Después de esterilizarlos y aislarlos del aire exterior, todos producían microorganismos. El autor negaba categóricamente que éstos hubieran podido penetrar en los frascos desde el exterior.
Para acabar con esta polémica la Academia de Ciencias de Paris instituyo un premio para quien resolviera el problema mediante experimentos concluyentes.
Corría el año 1860 Louis Pastear (1822 1885) acababa de ser nombrado director de estudios científicos y administrador de la Escuela Normal Superior de Paris. En el desván de esa ilustre institución creó un laboratorio. En él prosiguió sus trabajos hasta culminar unos experimentos que lo llegarían a la celebridad y que le valdrían la obtención del Premio de la Academia de 1862. También sirvió para acabar definitivamente con el dogma de la generación espontánea.
Basándose en técnicas ya utilizadas, Pasteur aspiró aire a través de un tampón de algodón contenido en un tubo. Recuperó las partículas sólidas así concentradas y las analizó al microscopio. Observó en ellas la presencia de miles de microorganismos absolutamente idénticos a los microbios habituales. De esta forma demostró que el aire ambiente contiene multitud de microorganismos susceptibles de contaminar absolutamente todo desde las manos del investigador hasta las paredes del frasco de laboratorio. Entonces ideó un método experimental que permite mantener estéril un medio nutritivo sin que pierda su poder. Tomo un líquido nutritivo (zumo de fruto por ejemplo) en un matraz redondo. Ablandó el cuello de matraz calentándolo y lo estiró y le dio una forma de S. Luego hirvió el contenido del matraz con lo que lo estiró y produjo una violenta corriente de vapor de agua. Después de este tratamiento el contenido del frasco no se modificó. Las gotitas de agua atrapadas en el tubo en S impidieron la entrada de los microorganismos del aire. El líquido nutritivo aislado de los microorganismos del aire, puede quedar indefinidamente inalterado. Por el contrario si se corta el cuello de cisne, el líquido invadido por los microorganismos se altera rápidamente. Así demostró Pasteur que la generación no existe.

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